Pocos caen en la cuenta, pero la Tierra está sometida a un constante bombardeo desde el cosmos. Nuestra vecindad galáctica está llena de cometas, asteroides y otros residuos del nacimiento del sistema solar. La mayor parte de los detritus espaciales que inciden sobre la Tierra consisten en polvo interplanetario, pero los ha habido de cinco o más kilómetros de diámetro. Basándose en el número de cráteres de la Luna, se calcula que unas 60 de esas gigantescas rocas espaciales se estrellaron contra la Tierra en los últimos 600 millones de años. Incluso el menor de esos choques habría dejado una cicatriz de 95 kilómetros de anchura y provocado una explosión que liberó una energía cinética equivalente a la detonación de diez billones de toneladas de trinitrotolueno.
Impactos de tamaña magnitud pueden, sin duda, desencadenar enormes y bruscos cambios en el planeta y en sus habitantes. A lo largo del mismo período, el registro fósil revela cinco grandes crisis biológicas en las cuales, en promedio, dejaron de existir más de la mitad de las especies vivientes. Tras un período de acalorada controversia, se fue aceptando que una de esas catástrofes, la desaparición de los dinosaurios hace 65 millones de años, se debió al impacto de un asteroide. Con esa única excepción, sin embargo, las pruebas convincentes de que grandes impactos hubiesen coincidido con extinciones en masa continuaron siendo esquivas hasta hace poco.
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