De las obligaciones de espacio y de tiempo que ahogan muchas iniciativas humanas, nos liberarán redes, inteligentemente diseñadas, capaces de conocer y satisfacer nuestras necesidades.
Quizá, durante una cena, le hayamos guiñado el ojo a un amigo íntimo. Podríamos afirmar, valiéndonos de una medida levemente pervertida de la anchura de banda, que nuestro guiño entrega sólo un bit. Sin embargo, ese bit porta consigo una enorme cantidad de información; si nos preguntaran, seguramente nos harían falta más de 100.000 bits para explicar a un tercero el contenido del mensaje. Hemos conseguido, en un sentido real y verdadero, una compresión de datos que supera la relación 100.000 a 1. Si alcanzásemos un nivel de compresión tan elevado, podríamos enviar señales de televisión de alta definición (TAD) por las líneas telefónicas a la tardona velocidad de 1200 baudios (bits por segundo).
No comprenderemos el éxito del guiño limitándonos a los análisis normales de rendimiento de las redes. En la evaluación de una red, solemos atender a su capacidad como canal de transmisión, sin prestar la debida consideración a los transceptores ubicados en los extremos. El guiño funciona precisamente por la razón contraria: emisor y receptor comparten un cuerpo de conocimientos y experiencias comunes, y poseen la inteligencia necesaria para situar el gesto en su contexto. En este momento apenas se está dedicando esfuerzo alguno a la construcción de redes dotadas de similar sagacidad.
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