Ayudado por su concepción del meridiano terrestre, completamente errónea, Colón volvió a dibujar el globo, animando así, quizás, a que otros realinearan los cielos.
En 1492 ocurrieron dos hechos de interés astronómico: la explosión de una brillante bola de fuego sobre Europa central, que dejó caer su meteorito rocoso cerca de la ciudad alsaciana de Ensisheim, y el descubrimiento por Colón del Nuevo Mundo.
Alberto Durero, joven e impresionable, vio la bola ardiente de camino hacia Italia. Y pintó el magnífico fenómeno en una tabla, aprovechando la otra cara de la plancha para un óleo de San Jerónimo. La representación del fenómeno celeste permaneció oculta a la vista durante varios siglos, hasta que hace un par de decenios pudo contemplarse cuando el museo Fitzwilliam de Cambridge recibió prestada la pintura del santo. Mientras tanto, el meteorito de Ensisheim, que se había conservado en la iglesia parroquial y luego en el Hotel de Ville en Ensisheim, yacía en el olvido casi absoluto, hasta que los cosmoquímicos empezaron, hará varios años, a interesarse por la piedra de Ensisheim, el meteorito más antiguo datado con precisión en Europa.
Enero 1993
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