Una nueva escuela propone ir más allá del pensamiento puro. Algunos experimentos cognitivos podrían ayudar a dilucidar sobre la naturaleza del libre albedrío o la del bien y el mal.
FOTOGRAFÍA DE ZACHARY ZAVISLAK, COMPOSICIÓN WENDY SCHELAH
Piense en la filosofía como disciplina y le vendrán a la mente cierto tipo de imágenes: tal vez la de alguien que, sentado en un sillón, se abisma en sus pensamientos y esconde la cabeza entre grandes libros; o quizá la conciba como un campo de erudición, abstruso por naturaleza y sin contacto alguno con la ciencia. En todo caso, es probable que no la asocie a gente que realiza experimentos.
Sin embargo, y por insólito que parezca, una nueva escuela de filósofos jóvenes ha comenzado a hacer precisamente eso. Los filósofos experimentales sostienen que la indagación filosófica puede apoyarse en los estudios empíricos que investigan el modo en que piensan y sienten las personas. Para ello se valen de todos los métodos de la ciencia cognitiva contemporánea: dirigen experimentos, trabajan en equipo con psicólogos y publican en revistas que, en un principio, estuvieron concebidas para científicos. El resultado ha supuesto una especie de revolución. Aunque este movimiento nació hace apenas unos años, ya ha generado cientos de artículos, un raudal de logros sorprendentes y encendidas opiniones a favor y en contra.
Mayo 2012
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