Tanta es la rapidez con que avanza la técnica de digitalización del sonido, que el negocio musical está perdiendo negocio. La industria discográfica está tocando a rebato para habérselas con los nuevos formatos y modos de distribución, que amenazan su hegemonía en la difusión y venta de grabaciones musicales. La creciente popularidad de Internet en la diseminación de registros musicales ha desatado cambios irreversibles en la forma en que el público espera disfrutar de la música. Ya están aquí nociones tenidas por "futuristas", como la música sobre pedido, el acceso pleno a los catálogos de las discográficas y la posibilidad de envolvernos gratuitamente en un flujo regular de música recién creada. La música plasmada en "datos" está definiendo un paradigma novedoso en la producción y distribución de registros, que tiene confundidos a sus propios creadores. Y por el horizonte asoman problemas aún más serios para las películas y TV digitales. Para todas las versiones digitales del ocio, en resumen.
Lo paradójico de la situación es que músicos, sellos discográficos y consumidores hallábanse perfectamente a gusto con los discos compactos y sus reproductores, en la actualidad ubicuos, baratos de fabricar, fiables y fáciles de utilizar. Los discos compactos, por ser legibles tanto los equipos estereofónicos como los ordenadores, han sido un soporte musical casi perfecto. Pero la técnica no descansa. La batalla en curso, centrada en la distribución de registros musicales por la Red, está impulsada por la forma en que la grabación musical es producida y reproducida, así como por la posibilidad de la técnica de vulnerar los derechos de propiedad intelectual.
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