Cuando Richard Dreyfuss, la estrella de cine, presentó el óscar técnico que se nos concedió a mis compañeros y a mí hace varios años, se nos quedó mirando con una sonrisa sardó- nica y nos dijo: "Somos indispensables los unos para los otros. No lo olvidéis los que habéis hecho Toy Story. Vamos a entrar todos juntos en el siglo XXI... ¡o eso espero!" Los actores que había entre el público se rieron, algunos nerviosamente.
El miedo apenas disimulado nacía de que algún día actores virtuales, como los de Toy Story, aunque con una apariencia más humana, reemplacen a los de verdad y caminen, hablen, gesticulen, piensen y se emocionen igual que un humano de carne y hueso. Y, además, sin cobrar. Pero Hollywood puede dormir tranquilo. En el mundo del espectáculo digital los actores no desaparecerán. Al menos, por ahora. Otra cosa es la función que se les reserve en las películas realizadas por ordenador, de principio a fin.
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