¿Y si le pidiesen al lector que describiera las imágenes que estuviese viendo en una mancha de tinta o que inventara una historia basándose en una ilustración ambigua, por ejemplo en la de un hombre de mediana edad que aparta su mirada de una mujer que le iba a tomar del brazo? Para acceder a lo pedido, tendría que recurrir a sus propias emociones, experiencias, recuerdos e imaginación. En suma, se proyectaría él mismo en las imágenes observadas. Una vez hecho esto, muchos psicólogos aseguran que podrían interpretar las expresiones del lector y extraer conclusiones sobre los rasgos de su personalidad, sus necesidades inconscientes y, en resumidas cuentas, sobre su salud mental.
Pero, ¿hasta qué punto serían acertadas esas conclusiones? No se trata de una cuestión baladí. A menudo los psicólogos aplican tales métodos "proyectivos" (presentando imágenes, palabras u objetos ambiguos) como elementos de evaluaciones mentales y los resultados pueden afectar profundamente a las vidas de los sometidos a las pruebas. Estas se emplean, con frecuencia, para diagnosticar enfermedad mental, para predecir si los convictos volverán o no a delinquir cuando se les dé libertad condicional, para evaluar la estabilidad mental de padres que se pelean por la custodia legal de sus hijos y para discernir si los niños han sufrido abusos sexuales.
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