La modificación de los arsenales de las superpotencias y la de los procedimientos de manejo podría reducir el riesgo de un apocalipsis atómico desencadenado por azar.
Si en los próximos diez o veinte años estallara una guerra nuclear, sería probablemente por puro accidente. La amenaza de que alguien lance el primero un ataque calculado y a sangre fría parece desaparecer del horizonte, pero bajo la superficie en calma de la diplomacia constructiva entre quienes fueron los antagonistas nucleares tradicionales acecha el peligro de un empleo impremeditado del armamento nuclear. Una utilización fortuita, no autorizada o involuntaria de estas armas se ha convertido en la senda más plausible hacia una guerra nuclear.
Las dos superpotencias, así como Francia, Gran Bretaña y China (miembros añejos del club nuclear), constituyen gérmenes potenciales de un disparo accidental de misiles. La aparición de nuevas potencias nucleares —pensemos en la India, Pakistán e Israel, algunas equipadas con misiles balísticos— confiere carácter de urgencia a la cuestión de las salvaguardas nucleares dentro de los asuntos prioritarios de la seguridad internacional.
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