El sonido que se produce al estirar una articulación obedece a un proceso no muy distinto del que tiene lugar cuando abrimos una lata de refresco.
BRUNO VACARO
Todos lo hemos hecho alguna vez: tiramos de uno de nuestros dedos y oímos un crujido. ¿A qué se debe tan intrigante sonido? Varios estudios respaldados por radiografías confirman lo que algunos habían adelantado ya en los años setenta del pasado siglo: ese crujido obedece a la formación de burbujas en las articulaciones. Pero ¿por qué se forman esas burbujas?
Atendamos en primer lugar a la morfología de las articulaciones. Para facilitar el movimiento entre los huesos, el contacto entre dos de ellos se encuentra asegurado por varios intermediarios. Los extremos están protegidos por cartílago, un material sólido y elástico que resiste bien tanto la compresión como la tracción. Por otro lado, la lubricación entre ambos la proporciona una fina capa de líquido sinovial, una sustancia viscosa que reduce el rozamiento entre los cartílagos.
Cuando tiramos de los huesos, forzamos la distensión de la articulación. Ello provoca que la presión en el líquido sinovial decrezca de manera considerable, llegándose a alcanzar valores de hasta –2 atmósferas. Se produce entonces un proceso de cavitación; es decir, la aparición de burbujas de gas en el seno del líquido. Es la rápida expansión de esas burbujas, cuyo diámetro puede alcanzar 0,5 milímetros, la responsable del crujido.
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