En la decisión y recordación, los humanos caemos una y otra vez en las mismas trampas cognitivas. Por extraño que parezca, equivocarse resulta rentable.
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Al pensar o recordar cometemos muchos errores, ya que nos equivocamos en la valoración de nuestros argumentos y de nuestra capacidad de discernir.
Que la mente humana no perciba la mayoría de estas equivocaciones resulta de gran utilidad. Negar los errores protege la autoestima y refuerza la sensación de ser influyente.
Un entorno respetuoso con el error incrementa la efectividad: quien pueda equivocarse adquirirá antes conocimientos novedosos.
¿Cuándo fue la última vez que estuvo convencido a pies juntillas de tener la razón, no obstante, al final resultó que estaba equivocado? No se preocupe. Ocurre con frecuencia. Nuestra certidumbre subjetiva de realizar lo correcto no emerge forzosamente de los hechos, pues en la mayoría de las situaciones cotidianas caemos en errores sistemáticos. Los investigadores de la cognición, que llevan años rastreando estos fallos, han encontrado unos cien tipos distintos. Repasemos algunos de los errores de pensamiento más frecuentes.
En muchas de nuestras decisiones empleamos pronósticos emocionales: al elegir el menú de la cena, el próximo destino de vacaciones o la pareja. Tan solo podemos estimar las decisiones futuras en relación a nuestras convicciones porque sobreestimamos la duración e intensidad de las emociones que nos provocan ciertos acontecimientos, como han revelado numerosos experimentos. Se trata del fenómeno psicológico conocido como sesgo de impacto. Si imaginamos que nos pasará algún acontecimiento positivo, creemos que la felicidad resultante se mantendrá por más tiempo; por el contrario, ante las malas noticias desechamos la idea de volver a ser felices algún día.
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