La investigación del sentido del tacto está todavía en mantillas, aunque promete resultados de interés médico, por ejemplo, en lo referente a la anorexia nerviosa.
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El sentido del tacto alberga todavía numerosos misterios. A grandes rasgos, se puede distinguir entre una recepción pasiva de información y otra activa.
El cerebro evalúa con precisión las informaciones motoras y sensoriales in-
terrelacionadas, ya sea cuando escribimos, conducimos
o subimos unas escaleras.
Sin embargo, el esquema corporal aparece desfigurado en numerosas patologías mentales, entre ellas, la anorexia nerviosa. Al parecer, en estos casos también existe un déficit de la percepción táctil.
A primera hora de la mañana, el zumbido monótono del despertador entra, inmisericorde, en nuestra conciencia. Con los ojos aún cerrados, la mano palpa buscando la mesilla de noche. Los dedos se deslizan por encima del libro y las gafas dejadas sobre el mismo; rozan ligeramente el vaso de agua. Al fin, dan con el perturbador y, tras un breve tanteo, se le reduce al silencio con una presión atinada en el botón de paro. Aliviados, nos volvemos a dormir y no pensamos, ni en sueños, en lo que acabamos de hacer.
Apenas si reparamos en el sentido del tacto, que es esencial en toda acción y aprendizaje. ¿Quizá porque no es concebible una vida sin él? Una pérdida total de este sistema sensorial no proviene de la naturaleza; sin él nos resultaría harto improbable la supervivencia.
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