La forma de de la cavidad bucofaríngea posterior causa diferentes corrientes al inspirar y espirar.
FOTOLIA / XACTIVE
Para oler debemos inspirar. Sin embargo, se trata de una verdad a medias, según han demostrado investigadores de la Universidad Yale en fecha reciente. Nuestro sentido del olfato no solo nos ayuda a percibir los olores del entorno; también contribuye a que apreciemos el sabor cuando comemos y bebemos. Y para ello es decisivo espirar. El novedoso estudio revela que este proceso se encuentra relacionado sobre todo con la anatomía de la cavidad faríngea. Su forma procura que existan corrientes que al espirar conducen las partículas olorosas de los alimentos desde la cavidad bucal hasta las células sensoriales de las fosas nasales.
Para su investigación, los científicos utilizaron una reproducción, obtenida mediante impresora 3D, de las vías nasofaríngeas de un voluntario sano. Previamente midieron las vías respiratorias superiores del probando mediante tomografía computerizada. A continuación, comprobaron si la faringe artificial funcionaba a partir de sustancias que simulaban las partículas de los alimentos.
Los autores constataron que la forma de la cavidad bucofaríngea posterior causaba diferentes corrientes al inspirar y espirar. Solo durante la espiración, las sustancias volátiles se movilizaban de la cavidad bucal posterior hacia los receptores olfatorios de la mucosa nasal posterior superior. Por el contrario, al inspirar se formaba una densa cortina de aire que aislaba las partículas olorosas, las cuales eran conducidas a través de la faringe hacia la tráquea y los pulmones. Este efecto ocurre de manera más intensa si se inspira y espira con calma.
Fuente: PNAS, vol. 112, págs. 14.700-14.704, 2015
Lo más comentado
Mañana, ayer y hoy
Cómo matar de una vez por todas al gato de Schrödinger
Pensamiento crítico: más allá de la inteligencia
Magia con paparruchas