
Gehirn & Geist / Volker Straeter, BDM Design; © Fotolia / Sebastian Kaulitzki (cerebro)
El hombre es un ser cultural. En el transcurso de su historia ha creado una amplia diversidad de sociedades y lenguajes, costumbres y usos, religiones, escuelas de pensamiento y estilos de arte. A la totalidad de esos valores o formas de comportamiento, creados y transmitidos socialmente la denominamos, diferenciándola de nuestras dotes biológicas y otorgadas por naturaleza, cultura (del latín colere = cultivar, formar, cuidar).
Pese a la manifiesta divergencia de sus formas fenoménicas --los lingüistas estiman que el número de lenguajes existentes en el planeta sobrepasan los 6000-- percibimos raramente la influencia determinante de la cultura sobre nuestros sentimientos, pensamientos o conductas. Nos sentimos individuos totalmente autónomos. Y, sin embrago, las comunidades en las que vivimos, sus valores y costumbres actúan a manera de lámina invisible a través de la cual observamos el mundo. Por eso, apenas nos percatamos de hasta qué punto ese filtro, fino e imperceptible, determina nuestras ideas.
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