Enterrados en el subconsciente, albergamos prejuicios que, trasladados a la conciencia, aborrecemos. Lo peligroso es que actuamos según estos prejuicios.
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"No hay nada más doloroso para mí, a estas alturas de mi vida —confesó en una ocasión Jesse Jackson— que caminar por una calle, oír pasos a mi espalda, temer que sea un ladrón... y después volverme, ver a una persona blanca y sentirme aliviado."
El comentario de Jackson ilustra un hecho básico de nuestra existencia social, del que no pudo escapar ni siquiera un dirigente comprometido con los derechos de la población negra. Ideas que rechazamos —que un desconocido de raza negra podría atacarnos, pero no lo haría probablemente otro de raza blanca— pueden alojarse en nuestra mente y, sin nuestro permiso y sin que seamos conscientes de ello, alterar nuestras percepciones, expectativas y juicios.
Utilizando diferentes métodos avanzados, los psicólogos han establecido que las personas mantienen en el inconsciente una increíble variedad de estereotipos y actitudes con respecto a grupos sociales: blancos y negros, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, homosexuales y heterosexuales, gordos y delgados.
Enero/Febrero 2010
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