Los pocos amigos que le quedaban a Ursula S. la consideraban bastante excéntrica, muy puntillosa y, por decirlo con suavidad, una anfitriona miserable. No dejaba que nadie entrara en su casa, tan grande era su terror a la suciedad y a las bacterias que pudieran traer las visitas. Aunque Ursula S. no solía enfermar, sentía pánico al contagio. Parte de su programa era hacer varias veces al día una limpieza a fondo de la casa. Por reluciente que estuviera todo, la joven eludía tocar los pomos de las puertas. Si, inconsciente, rozaba alguno con las manos sin guantes, corría de inmediato al cuarto de baño y se las lavaba con desinfectante hasta que la piel se ponía roja de tanto frotar. La muchacha sabía que su conducta era exagerada e insensata, pero no podía ni dejarla ni controlarla.
Aproximadamente un dos por ciento de la población mundial padece de acciones o ideas compulsivas. Muchos enfermos cavilan durante horas sobre si han desenchufado la plancha. Otros comprueban, una y otra vez, si el fogón está apagado o cerrado el grifo del agua. Estas "necesidades de control", muy extendidas, suelen ir acompañadas de exigencias purificatorias.
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