Todos sabemos lo que es estar enamorado, desear a una persona a quien se considera atractiva y seducir o dejarse seducir por ella. Y también cuán profundamente satisfactorio puede llegar a ser el amor corporal. La necesidad de proximidad, intimidad y sexo ha sido incluso considerada por algunos contemporáneos el verdadero motor de la vida. Y ello sin mencionar que es precisamente a esa necesidad a la que debemos nuestra existencia en este mundo.
Ni que decir tiene que la sexualidad humana está troquelada por muchos factores externos e internos: disposición personal y experiencias, vivencias e influencias hormonales en las distintas fases del desarrollo, formación y normas sociales. Por ello, carece de sentido considerar el placer sexual desde el exclusivo punto de vista de la neurobiología. Lo que no empece que exista algo indiscutible: los motivos y sentimientos que van unidos al placer sexual tienen fundamentos biológicos. Y eso no sólo porque el placer del sexo nos conmueva hasta la médula, nos golpee el corazón o nos deje las piernas flojas, sino porque el placer y la satisfacción arraigan en el cerebro. Es el intercambio de hormonas y de factores excitadores neuronales lo que genera y forma el deseo. El cerebro es, por esa razón, nuestro verdadero órgano sexual.
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