
Klaus Fechner (nombre ficticio) tiene un compañero inseparable: el dictáfono. No puede dormir sin él. Por las noches, solo tras escuchar su meticuloso relato sobre los sucesos de la jornada que testimonian que no ha matado a nadie, logra conciliar el sueño. El ritual le ocupa hasta bien entrada la madrugada. En su minúsculo piso se acumulan las cintas magnetofónicas grabadas durante los últimos años. Las preserva por si en algún momento tiene que recurrir a su escucha al asaltarle la duda de si ha delinquido. Fechner padece un trastorno obsesivo. Es consciente de que su conducta es absurda, incluso se siente avergonzado de su comportamiento, pero al mismo tiempo es incapaz de resistirse al tenaz impulso que perturba su día a día.
Se calcula que alrededor del 2,5 por ciento de la población española sufre algún tipo de trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), de los cuales la limpieza obsesiva es el caso más frecuente, con el 50 por ciento del total. Las repeticiones mentales o el comportamiento ritual no suponen nada patológico. Muchos lectores recordarán que en su infancia evitaban, por ejemplo, las hendiduras que separan las losetas de las aceras, un comportamiento que se ajusta a la edad de cuatro años. El psicólogo Paul Salkovskis, del Centro para los Trastornos de Ansiedad y Traumas de Londres, se muestra convencido de que también los adultos sanos presentan de vez en cuando bucles de pensamientos recurrentes o ideas estereotipadas que no conllevan significado más allá de la mera anécdota. Ahora bien, cuando la conducta reiterativa se percibe como amenazante o reprochable, si de manera progresiva se hace molesta e insuperable, cabe la posibilidad de que exista un trastorno obsesivo. Mas, ¿cómo y por qué sobreviene dicha alteración?
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