Frankfurt, estación central. Una vez más el tren se retrasa. El InterCityExpress (ICE) sigue en la vía diez minutos después de la hora señalada para nuestra salida. De manera casi instintiva dirigimos la mirada, a través de la ventanilla del compartimento, hacia un tren que entra despacio por la vía contigua. Nos da la impresión de que somos nosotros los que nos movemos. La ilusión se desvanece en cuanto fijamos la mirada en el vestíbulo de la estación y comprobamos que, por desgracia, nuestro tren sigue inmóvil.
Las ilusiones de esa suerte tienen su origen en una propiedad de nuestro sistema perceptivo: descompone los acontecimientos del mundo exterior en aspectos parciales, que, captados en cada caso por órganos distintos de los sentidos, se procesan después por vías separadas. Por eso la vista sólo informa de cómo se mueve, respecto al ojo, el tren que entra por la vía contigua, pero no del cambio absoluto de lugar en el espacio. Si seguimos al tren con los ojos, puede que intervengan giros de cabeza y del tronco. Los registra preferentemente el sentido del equilibrio y también el articular (artrestésico), que registra la posición de cada uno de los miembros del cuerpo.
Lo más comentado
Un artículo dice
¿Qué es la vida?
No, la física cuántica no dice eso
La tercera convergencia tecnológica, un viaje hacia atrás en el tiempo