"Llegará el día en que todas nuestras provisionalidades psicológicas se asentarán sobre el terreno firme de sustratos orgánicos." Con estas palabras Sigmund Freud postulaba una teoría de la psique sin perjuicio de la biología. Para el fundador del psicoanálisis, el Yo, el Ello y el Super-Yo no eran sólo una mera ficción para describir los conflictos internos de la psique, sino que debían de tener también una sede física en algún lugar del cerebro.
Cuando Freud articulaba su doctrina sobre la psique, hace más de cien años, las neurociencias se encontraban todavía en mantillas. Se desconocía la forma en que trabaja nuestro cerebro. Las ideas sobre las enfermedades psíquicas se apoyaban en convenciones sociales más que en conocimientos científicos. Sin embargo, Freud se mantuvo fiel en la creencia de que llegaría un día en el que el escenario psíquico que había postulado podría reducirse a una serie de procesos cerebrales. Su optimismo fue incluso más allá: si la investigación avanzara lo suficiente, podría fundamentarse el psicoanálisis, entendido como terapia basada en la liberación de los conflictos anímicos inconscientes, en supuestos de índole propia de las ciencias naturales.
Pero la historia no se desarrolló de una forma tan lineal. La psicoterapia maduró hasta convertirse en una disciplina multiforme, en cuyo seno los postulados de la psicología profunda compiten con una plétora de diferentes métodos terapéuticos. E igualmente variopinta se presenta ahora la gama de trastornos y cuadros clínicos descritos en el campo psicológico.
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