
© cartoonstock.com / steve greenberg
Si nos mostrasen una caricatura de Richard Nixon --un rostro masculino, de cejas pobladas sin perfilar, nariz bulbosa y abultados carrillos--, es probable que enseguida reconociéramos a aquel expresidente estadounidense, pese a lo poco verosímil del retrato. El dibujante ha creado la caricatura a partir del promedio de muchos rostros masculinos, restándole al de Nixon ese promedio y amplificando después sus diferencias más características. Para un observador, el resultado puede incluso parecerse más a Nixon que un retrato fiel. ¿A qué se debe que nuestro cerebro responda de manera tan acusada a los extremos?
Cuando la nixonidad de la caricatura se nos impone de forma tan clara, estamos experimentando lo que en la jerga se llama un «pico transicional». Para comprender la idea, imaginemos que nos proponemos adiestrar a una rata para que distinga entre rectángulos y cuadrados. La tarea resulta sencilla. Si se premia al roedor con un poco de queso cada vez que elija el rectángulo, no tardará en preferirlo siempre. Una vez que la rata ha desarrollado esta preferencia, supongamos que se le presenta un rectángulo más oblongo y estilizado. Observaremos que el animal prefiere el rectángulo más esbelto al original. Lo que la rata ha aprendido a reconocer no es un rectángulo, sino la «oblongueidad»: cuanto más alargado y delgado, mejor. Es como si el sagaz roedor se dijera: «¡Caray, vaya rectángulo!». En la jerga científica, la respuesta maximal de la rata (su reacción más acusada) se ha desplazado desde la inicial. De ahí la expresión «pico transicional».
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