Protestar, llorar y tirarse al suelo. En los niños pequeños son normales las reacciones frenéticas y forman parte de su desarrollo natural. Mas para aprender a afrontar la rabia y la frustración necesitan la ayuda de sus padres.
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Cuando en el supermercado a Violeta no se le da lo que quiere se tira al suelo. Suele ocurrir cuando su madre anda con prisa, sin tiempo para explicaciones. En otro lugar, Valentina chilla como una desesperada cuando se le interrumpe su juego y se le obliga a ponerse la chaqueta para salir de casa en familia. Por su parte Tomasín, un rubito de dos años apenas, siembra el desconcierto cuando empieza a morder los muebles y los juguetes ante cualquier negativa.
Violeta, Valentina y Tomasín tienen algo en común: están en la edad típica de los berrinches y lo dejan patente en el mundo que les rodea. No caben razones con esos rebeldes. Ni amenazas, ni castigos. Braman, gritan, berrean. Luego, de repente, cuando empieza a ceder la ira, se quedan tranquilos. Sin acabar de controlar su enfado, los pequeños, agotados, se rinden ante la mamá o el papá y se dejan consolar. No es de extrañar que muchos padres no puedan resistir estos imprevisibles cambios y no sepan qué hacer.
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