Súbitos cambios de humor son inequívocos indicios de que la infancia comienza a dar paso a la madurez. Pero ¿cómo sabe el organismo cuándo ha llegado el momento?
CAROLIN WANITZEK
Al principio de la pubertad, la molécula transmisora kisspeptina activa determinadas neuronas en el hipotálamo. Estas ponen en marcha una serie de procesos que dirigen la maduración sexual.
Los niveles de estrógenos en las mujeres regulan la síntesis de kisspeptina.
Se cree que las interacciones de diversas señales neuronales permiten el inicio y desarrollo normales de la pubertad.
Poco después de su décimo cumpleaños, el humor de mi hija Clara cambiaba de una exuberante alegría a una honda tristeza. Se anunciaba una fase vital que otros muchos padres bien conocen: accesos de ira, nervios a flor de piel, tardes de melancolía. La causa de este «caos de emociones» se relaciona con un aumento brusco de producción de hormonas sexuales, fenómeno que acelera el desarrollo corporal e implica la madurez sexual [véase «Adiós a la infancia», por S. Herculano-Houzel; Mente y cerebro n.o 21, 2006].
Desde largo tiempo se sabe que el cerebro dirige el proceso madurativo de la pubertad, sin embargo, hace pocos años que los bioquímicos siguen el rastro de los neurotransmisores responsables de tal etapa de la vida. Al parecer, un grupo reducido de neurohormonas del hipotálamo, las GnRH, cumple una función esencial. Al principio de la pubertad, estas células nerviosas empiezan a segregar de forma intermitente la hormona liberadora de la gonadotrofina (GnRH, de gonadotropin releasing hormone). Este «generador de impulsos» pone en marcha una serie de procesos que estimulan el desarrollo de los ovarios o, en su caso, de los testículos. Con ello aumenta la producción de hormonas sexuales que dirigen las funciones sexuales de hombres y mujeres.
Noviembre/Diciembre 2013
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