La modificación de determinados comportamientos sigue siendo la forma primordial de limitar la epidemia.
Dado que las vacunas se encuentran a varios años de distancia todavía, la única forma de prevención de nuevas infecciones por VIH aplicable a gran escala es la modificación de las conductas por las que se transmiten. Se trata especialmente de las prácticas sexuales y de las relativas a la inyección de drogas.
Siendo obvio que la mayor parte de las personas no va a optar por la abstinencia sexual, los servicios de sanidad pública han centrado sus esfuerzos en propugnar la adopción de prácticas sexuales menos arriesgadas, sobre todo mediante el uso de preservativos. Que cabe persuadir a la gente para que aplique tales medidas queda bien ilustrado por lo sucedido con los grupos homosexuales masculinos de San Francisco durante los años ochenta. Es probable que unos 8000 individuos sufrieran la infección de VIH en cada uno de los años 1982 y 1983. Tal cifra había descendido a unos 1000 un decenio más tarde y en la actualidad se estima que ya es inferior a 400 anuales. La razón principal de tal declive ha sido el descenso en picado de la práctica del coito anal sin protección, fruto de campañas informativas sobre prácticas sexuales menos peligrosas.
Septiembre 1998
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