Si los coches pudieran organizarse por sí mismos en formación compacta, se aliviarían las congestiones de las vías urbanas.
El tráfico automovilístico es el flujo sanguíneo de las naciones industriales modernas. Pero incluso las vías de mayores dimensiones se encuentran sobrecargadas. El uso excesivo de las autopistas alrededor de las grandes ciudades reduce la velocidad media durante las horas punta a menos de 60 km/h. Este tráfico congestionado causa miles de millones de horas de retrasos anuales, provoca el derroche de incontables litros de combustible y multiplica innecesariamente las emisiones de contaminantes.
Podría pensarse que la solución se encuentra simplemente en la ampliación de las infraestructuras existentes. Pero la construcción de nuevas vías es enormemente cara, sobre todo en áreas urbanas. Por ejemplo, la reconstrucción de un tramo de 11 kilómetros de la arteria central de Boston requerirá unos ocho mil millones de dólares (unos 1,2 billones de pesetas). La magnitud de estos costes no permite una gran expansión de las infraestructuras urbanas. Si el transporte privado quiere avanzar a la par que el crecimiento de las áreas urbanas, la gente va a tener que aprender de alguna manera a utilizar con mayor eficacia las carreteras existentes.
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