Los fabricantes de trenes de Europa y de Japón se esfuerzan por alcanzar velocidades ultrarrápidas sin grandes complicaciones y sin emplear la levitación.
Japón y muchos países europeos llevan unos treinta años realizando grandes inversiones en ferrocarriles de gran velocidad para unir sus principales ciudades. La atención prestada a los trenes rápidos, que superan los doscientos kilómetros por hora, viene justificada por la necesidad de aliviar la congestión del tráfico aéreo y por carretera, al tiempo que se reducen los costes de explotación y la contaminación.
Para que los trenes estén a la altura de sus promesas medioambientales y financieras tienen que resultar atractivos para gran número de viajeros. Las experiencias europea y japonesa han demostrado que no es difícil que así sea si los viajes son cómodos, los precios ventajosos y los viajeros llegan a su destino no mucho después que si hubieran utilizado el avión. Aunque éstos sean bastante más veloces, superando normalmente los 600 km/h, los largos desplazamientos que suelen requerirse hasta los aeropuertos y otras demoras reducen mucho sus aparentes ventajas.
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