La carrera por alcanzar el cero absoluto, disputada en el cambio de siglo, condujo al descubrimiento inesperado de unas corrientes eléctricas que fluían sin resistencia.
La superconductividad —la desaparición de la resistencia en una corriente eléctrica— es uno de los fenómenos más extraños de la naturaleza. En marzo hizo diez años de lo que algunos llamaron el "Woodstock de la física", el día en que los físicos que abarrotaban un salón de baile del Hilton de Nueva York escucharon las apresuradas comunicaciones que les informaron de la existencia de superconductividad a unas temperaturas mucho mayores que las conocidas hasta entonces. Treinta años antes, John Bardeen, Leon N. Cooper y J. Robert Schrieffer establecieron los fundamentos teóricos que mejor explicaban la superconductividad. La obra del brillante físico experimental Heike Kamerlingh Onnes, el descubridor de la superconductividad, está casi olvidada en la investigación teórica y en la búsqueda de materiales que superconduzcan a temperaturas aún mayores.
A Onnes le atraía el frío, lo que sin duda le haría disfrutar aún más del día de diciembre de 1913 en que recibió el Nobel de física en Estocolmo. El objetivo primario de sus investigaciones era la cuantificación del comportamiento de los gases a temperaturas bajísimas; el programa experimental con el que fue obteniéndolas cada vez menores le llevó además a descubrir la superconductividad
Mayo 1997
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